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Hace algo más de un año, encontré en Facebook una publicación del psicólogo José Luis Gonzalo Marrodán, cuyo blog es interesantísimo para todos los profesionales de la educación, que trataba sobre este tipo de escuelas. Es una línea de trabajo que surge en EEUU a través de una institución llamada Massachussets Advocate for Children (MAC) que promueve, a través del programa Helping Traumatized Children Learn, escuelas sensibles al trauma.

No había oído hablar de esto hasta ese mismo momento, y me pregunté si en España se estaría dando alguna experiencia similar. Contacté con José Luis a través de las redes sociales, y muy amablemente me indicó que hay dos comunidades autónomas que llevan tiempo trabajando en esto, por ejemplo, en Murcia.

¿En qué consiste este enfoque?

Todo parte por considerar la adversidad que el alumnado ha podido sufrir en la infancia como parte de la diversidad existente en nuestras aulas y centros educativos para tenerla en cuenta y atenderla. Cuando se habla de adversidad, se hace referencia a los niños y niñas que en su infancia han sufrido abandono, abusos, diferentes formas de violencia, disfunciones familiares como drogas, pobreza, divorcios, casos LGTB entre otras cosas (Fellitti, 1998). Estas adversidades normalmente afectan al apego y así en la escuela, aunque el 70% del alumnado tiene un apego seguro, el 30% restante tiene apego inseguro. La palabra trauma se deriva del griego y significa “herida”. El trauma es una “herida psicológica” que afecta de tal manera la salud, la seguridad y el bienestar de la persona, que ésta puede llegar a desarrollar creencias falsas y destructivas de sí mismo y del mundo.

¿Cuál podría ser el papel de la escuela?

Recuperarse de un trauma es el resultado de un proceso de acompañamiento especializado y una poderosa red de relaciones (Perry y Szalavitz, 2017) que apoya y contiene al niño/a durante su desarrollo. Al parecer, los modelos basados exclusivamente en la sala de terapia, siendo necesarios, no serían suficientes. Junto a la terapia se hace necesaria una ecología social de los buenos tratos (Cyrulnik, 2003 y Barudy, 2020). Como señala José Luis Gonzalo Marrodán, el hecho de que un niño o una niña carezca de buenos tratos durante sus primeros años no lo condena a la patología o la inadaptación. Tanto otras personas (una familia acogedora, amistades, profesorado, pareja) como diversas experiencias (deporte, teatro, cine, etc.) pueden constituirse en importantes puntos de apoyo sobre los que crecer y superar el dolor de los traumas tempranos, como el abandono o el maltrato. Ahí puede y debe estar la escuela como parte del entorno del niño o la niña que ayuda a sujetar el edificio cuando los cimientos no están o son frágiles. Aunque para ello aún deba darse un proceso transformador en nuestras escuelas. Sin embargo, creo que es algo que merece la pena acometer. Merece la pena que nuestros centros sean sensibles al trauma, sensibles a los niños, niñas, adolescentes, familias, sensibles al sufrimiento que causan los efectos adversos de la vida… y creo, además, que este tipo de escuelas van a ser las más demandas porque el trauma es una epidemia oculta muy extendida, sobre todo tras la COVID – 19, que tantas experiencias adversas y secuelas ha dejado. Estoy convencido que las familias van a buscar cada vez más centros donde proporcionen a sus hijos e hijas y a ellos mismos, seguridad, confianza y valoración.

Qué son las escuelas sensibles al trauma, según Helping Traumatized Children Learn.

1. Muchos estudiantes han sufrido experiencias traumáticas. El estudio ACE (siglas en inglés de Experiencias Adversas en la Infancia) encontró niveles más altos de experiencias traumáticas en la población general de lo que se suponía. Entre los aproximadamente 17.000 adultos encuestados, alrededor del 50% informó haber experimentado, al menos, una forma de adversidad infantil. Estas incluían negligencia, abuso físico, emocional o sexual; presenciar violencia hacia la madre; tener un progenitor con abuso de sustancias o problemas de salud mental; o vivir en un hogar con un adulto que había pasado un tiempo en prisión. Si agregamos las personas menores de edad que sufren bullying, maltrato, negligencia y/o abandono familiar; institucionalización; las que sufren violencia comunitaria generalizada, huyen de países devastados por la guerra, las víctimas de la inmigración, los refugiados… Los niños que se someten a múltiples procedimientos médicos invasivos; viven con un padre, madre o cuidador con un trauma no resuelto, o han perdido a un progenitor… Los niños o adolescentes cuyas familias sufren paro de larga duración, precariedad o, ahora mismo, las consecuencias de la pandemia por COVID en la economía, salud física y emocional de las personas… El número de niños afectados por una adversidad significativa crece, por lo tanto, aún más…

2. Las experiencias traumáticas pueden afectar el aprendizaje, el comportamiento y las relaciones en la escuela. Estudios recientes han demostrado que las experiencias traumáticas en la infancia pueden disminuir la concentración, la memoria y las habilidades organizativas y de lenguaje que los niños y niñas necesitan para tener éxito en la escuela. Para algunos niños/as, esto puede generar problemas con el rendimiento académico, comportamiento inadecuado en el aula y dificultad para establecer relaciones. Otro requisito previo para lograr la competencia en el aula, también afectado por haber vivido un trauma, es la capacidad para autorregular la atención, las emociones y el comportamiento. 

3.- Las escuelas sensibles al trauma ayudan a los niños a sentirse seguros para aprender. Una vez que las escuelas comprenden cómo repercute el trauma en la educación de los niños y de las niñas en el ámbito escolar, pueden convertirse en entornos seguros y de apoyo donde los estudiantes establezcan conexiones positivas con adultos y compañeros que, de otro modo, podrían rechazarles. Regular sus emociones para que puedan concentrarse y comportarse de manera apropiada, y sentirse lo suficientemente seguros para avanzar en su aprendizaje; en otras palabras, las escuelas pueden hacer que la sensibilidad al trauma sea un elemento importante desde el cual se gestione la escuela.

4.- La sensibilidad al trauma requiere un esfuerzo de toda la escuela. Es importante recordar que nunca conoceremos a todos los niños o niñas que han sido afectados por eventos traumáticos. El mejor enfoque es crear un entorno escolar en el que todos los niños, incluidos los que han sido traumatizados, puedan tener éxito. Los niños y niñas necesitan sentirse seguros y conectados con adultos y compañeros en todos los entornos de convivencia de la escuela: en el aula, el comedor, el pasillo, las actividades deportivas, la guagua… No se trata solo de que lo experimenten con un maestro o en un espacio concreto. Esto requiere el trabajo en equipo y la implicación de todos en la escuela.

5.- Ayudar a los niños traumatizados a aprender debería ser uno de los principales objetivos. Para garantizar que los niños y las niñas alcancen su máximo potencial, es necesario que la investigación sobre el impacto del trauma en el aprendizaje sea ampliamente comprendida y tenido en cuenta en las escuelas. De lo contrario, muchos niños y niñas no podrán alcanzar su potencial académico.

Gracias a José Luis conocí este enfoque, que poco a poco quiero ir compartiendo e implementando en mi entorno laboral más cercano. Me gustaría que quienes hayan leído esto y hayan conocido un poco más sobre este enfoque, se motiven a implementarlo poco a poco en su colegio o instituto.

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